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El miajón de los castúos, Luis Chamizo

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En mi pueblo, mi abuelo era pastor de ovejas casi desde que le salieron los dientes, de hecho vivió en el campo, en una choza, donde nacieron sus tres hijas mayores, hasta que ahorraron y se hicieron una casa en el pueblo. Mi abuelo hablaba poco, expresaba poco, parecía que solo lo importante merecía el esfuerzo que supone articular más de dos palabras seguidas. Pero quería y cuidaba mucho. Mi abuelo también hablaba mal -o eso pensaba la niña que un día fui- hablaba poco y mal, mezclando palabras "bien dichas" con otras "mal dichas". Mi abuelo era una persona inculta que hablaba mal, y la niña que yo era tenía la desfachatez de corregirlo, de poner letras donde faltaban y arrebatarlas de donde sobraban. Qué soberbia de niña privilegiada, qué desfachatez valiente de ignorante. Cuando, creo que en el instituto, leí por primera vez este libro, toda mi vanidosa inteligencia y presunción cultureta se vino abajo: no, mi abuelo no hablaba mal, mi abuelo no pron...